viernes, 29 de agosto de 2008

CAPÍTULO I: Biografía

Nació don Manuel Sánchez Hidalgo el ocho de Julio de 1908, bajo el signo zodiacal de Cáncer. Y de los nacidos bajo este signo, se dice que “aman lo desconocido y lo fantástico; tienen una imaginación desatada, un carácter contradictorio e impresionable, les gusta la soledad, tienen sueños proféticos, son románticos y... discretamente histéricos. Son incontables sus discusiones familiares e, igualmente, sus conflictos sentimentales y sus rivalidades con el prójimo. Su romanticismo incide de tal forma en ellos que, en muchas ocasiones, sus resoluciones no llegan a nada. También se dice de ellos que son muy generosos y expresivos y su corazón, demasiado blando, se conmueve fácilmente con las necesidades de los demás, por esa razón siempre les deben dinero.
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Son caprichosos pero están dotados de inteligencia y de un carácter muy firme y sobremanera audaz; su imaginación es vida y pueden ser considerados como intelectuales por excelencia. Destinados a empresas sensacionales realizan acciones que interesan frecuentemente a la opinión pública, pero, en cambio, tropiezan con dificultades a la hora de resolver problemas de orden práctico.... el perfume mágico del ámbar les ayudará a resolver esos pequeños problemas. También los nativos de este periodo astral sienten el impulso de una gran expansión de sus personalidad y revelan dones considerables en el plano de la organización... y, gracias al perfume
mágico del tilo, alejarán de sí toda traición a Carmen Dolores Hidalgo y Luis Sánchez, los padres del Flamenco que suelen estar sujetos.
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Por ser muy sensibles necesitarán el perfume del sándalo que tiene el poder de protegerles de su vulnerabilidad. Y, finalmente “la esencia de las lilas”, que les disminuye la intensidad de las emociones, les ayudará a equilibrar sus impulsos de entusiasmo; a regular sus pasiones eliminando el riesgo de hipocondría y sopor mental, proporcionándole unos sueños deliciosos. Por todo ello es conveniente que lleve en la maleta bolitas perfumadas con esta esencia”.
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No vamos a realizar su carta astral. Apuntamos algo de ella y destaquemos, a título personal, su romanticismo, muy similar a la de esos capitanes y generales carlistas del siglo pasado. Pero aunque subrayemos esta cualidad, sabemos que es mucho más y que, a pesar de sus ochenta años, no ha perdido ninguna de las cualidades que le adornan.
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De las conversaciones mantenidas con don Manuel, de su correspondencia y sobre todo de sus versos hemos extraído esta pequeña biografía, no tanto para su satisfacción personal como para conocimientos de sus nietos, biznietos y cuantas personas quieran saber de él.
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La aldea de La Nava perteneciente al municipio de Benquerencia de la Serena, en la provincia de Badajoz, le vio nacer del vientre de Carmen Dolores Hidalgo y del semen de Luis Sánchez. Matrimonio generoso en hijos ya que además tuvieron a Erundina, Lorenzo, Nieves, Francisca Sánchez Murillo
Inés, Antonio, Adelfina, Clemencia, Carmen y Luisa.
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Se cuenta de nuestro biografiado, y lo refiere él mismo, que de pequeño era travieso, arriscado, guapo y aseado. De estas cualidades salió su mote: EL FLAMENCO. Realmente es su verdadero nombre. El nombre por el que todo el mundo le conoce. Manuel Sánchez Hidalgo es su nombre de pila y genealógico, nada más.
Como a otros niños de por aquel entonces y a la edad de cinco o seis años le mandaron sus padres a una escuela de pago que había en Helechal regentada por don Vicente, farmacéutico del lugar.
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Era costumbre que cada uno de los alumnos mayores, los de once o doce años, se encargase de otro de los recientemente ingresados. Y el que prohijó al Flamenco, natural también de La Nava, tuvo poca suerte con él.
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El hecho ocurrió el segundo día de clase, cuando el Flamenco se paró en mitad del camino que unía ambos pueblos y dijo que no iba a la escuela. Que se quedaba allí.
Por mucho que le rogó y pregonó su encargado y otros muchachillos él no se movió de allí. Cuando los otros, aburridos, decidieron continuar su camino empezó a entretenerse con gamonitos, cañijerros y otras zarandajas. No quería ir a la escuela pero tampoco volver a su casa por temor a su padre. Así que allí se estuvo perdiendo el tiempo.
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Tan a gusto se encontraba subiendo y bajando paredes, corriendo detrás de las lagartijas y tirando piedras a los pájaros que no se apercibió, hasta que los tuvo encima, que llegaban don Vicente y su encargado.
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El maestro, con un cordel que traía para el efecto, le ató de un brazo y con otro cordel “engriñado” de punteras de cabos, que era con el que sacudía leña en la clase, le fue dando azotes durante todo el camino. Ya en la escuela le dijo muy severamente:
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-Esto no ha sido nada más que el principio. Mañana si no estás presente a la hora de entrar iré a tu
.....María Sánchez Sánchez casa por tí o allí donde te encuentres y luego, lección que no te sepas, la vas a aprender aquí, pero de rodillas.
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La reprimenda dio el resultado que se esperaba. A la luz del candil se quedaba el Flamenquillo todas las noches leyendo las lecciones y no se acostaba hasta que no se las sabía todas de memoria y bien. Tanto empeño puso que a los pocos meses era el primero de la clase.
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Poco le duró la felicidad de ser el primero. Al siguiente año su padre fue contratado en el cortijo de Piedra Amarilla. Desde aquí le suponía el doble de distancia su asistencia a clase y, además, por caminos y veredas entre jaras, retamas y olivares. No obstante los días que podía ir, procuraba aprovecharlos al máximo y siempre llevaba las lecciones bien aprendidas. Ya tiene ocho años y puede y debe ayudar a la familia.
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Los Izquierdo lo contratan como pastor. Ésto le obliga a abandonar totalmente la escuela. No obstante su tiempo de permanencia en ella, su afición a la lectura le ha quedado impresa para toda la vida.
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Son cuatro los años que está en esta circunstancia. Conoce a varios mayorales y cuando tiene los doce años cumplidos, José Izquierdo, “Madruga” lo retira de allí y lo pone como ayudante de mozo de mulas. Está tres años en este nuevo oficio.
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Con quince años ya es mozo pero él tiene otras inquietudes y decide abandonar aquello. No quiere quedarse siempre en el mismo lugar. Quiere ver mundo.
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En aquellos tiempos salir del pueblo a otros lejanos era sinónimo de aventurero o cabeza rota. Más cabeza rota cuanto mayor distancia hay entre el pueblo y el lugar elegido. A él lo que piensen los demás le tiene sin cuidado. No obstante, para tantear el terreno, el primer vuelo no es muy largo. La volantá es corta:
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Almorchón.
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En ese lugar empezó también mi padre y algunos mozos más. Eran los que querían prosperar. Los que no se querían quedar con los tradicionales oficios de pastor y labriego.
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Eran muchachos jóvenes que libremente decidían que hacer. Mozos con iniciativa, seguros de sí mismos que buscaban algo más que lo conocido hasta entonces.
Es contratado, como los demás, para trabajar en la renovación de la vía del ferrocarril que une Almorchón con Córdoba. Después, cuando aquel trabajo se acabó, le renovaron el contrato pero para otro tramo de vía, el comprendido entre Almorchón y Campanario, en la línea de Madrid a Badajoz.
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Aquel tramo no le satisface. Tiene un sueldo, si, pero no le gusta lo que hace. Además, él quiere ver mundo, salir de aquellas tierras. Lleva tiempo dándole vueltas a la cabeza con algo que se la ha metido dentro. Y un día, sin pensarlo más, hace una solicitud de ingreso como voluntario en el Ejército de Tierra. Total, si de todas formas tiene que ir a la “mili”, cuanto antes, mejor. Aparte de que a él no le dan miedo las guerras, la verdad es que ni piensa en ellas, y le gustan los uniformes.
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No tardan en contestarle y le indican que se presente en el Regimiento de Infantería Gravelinas 41, en Badajoz. Lleva consigo toda la documentación exigida. Es sometido al reconocimiento médico obligatorio del que salió útil para el servicio de armas.
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Detengámonos brevemente aquí. Estamos en julio de 1927. Exactamente el día ocho, el Comisario de Guerra firma la aceptación de este nuevo soldado y es rubricado el documento que se extiende a tal efecto, por el Comandante Mayor. Tiene el mozo 19 años recién cumplidos. En su afiliación consta que su pelo es castaño. Cejas de igual color. Ojos pardos. Regulares la nariz y la boca. Su estatura es de 1,617 metros. ¿Realmente media esto?. Si fue así debió crecer con posteridad ya que ahora, a sus ochenta años, su estatura es superior a la indicada.
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Hay constancia escrita de que al mozo se le reclaman nada menos que cien pesetas. ¡De aquellas pesetas!. Entonces se contaba por céntimos y reales. Le reclaman nada menos que el salario de un mes de cualquier trabajador...... de los que tenían suerte de trabajar. Las cien pesetas es el valor de la primera apuesta militar. Y, como todos los voluntarios, tiene la obligación de pagarla y la paga.
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La vacunación era el coco de voluntarios y forzosos. Se la inyectaba en la espalda y los había “tan valientes” que se desmayaban nada más sentir el pinchazo. Y es que ya iban predispuestos para ello por lo que habían oído contar a quintos licenciados.
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Verdaderamente la vacuna, por su contenido, era caballar. Aunque no hiciese reacción el dolor duraba cerca del mes esto sin contar de que algún gracioso te diese “sin querer” un manotazo en la espalda, a modo de saludo que te lo prolongaba algunos días más.
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Los encargados de ponerlas no eran practicantes, es decir los que hoy llamamos A.T.S., sino simples aficionados a estos menesteres. El Flamenco pasa la prueba con resultado satisfactorio.
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Jura bandera nacional que era monárquica. Alfonso XIII es el Rey de España. El Jefe de Gobierno lo preside el general Primo de Rivera y está en plena “dictablanda”. La mayoría de los jefes y oficiales del Ejército son monárquicos. Hay, sin embargo, entre los jóvenes más que entre los veteranos, ideas republicanas. Incluso los hay que piensan como anarquistas, socialistas o comunistas.
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Hay paz, aunque relativa, en el Protectorado Español de Marruecos. A pesar de ello, ir a África, tocarle a uno ir a África, era para los quintos de aquellos años, lo peor que les podía suceder. Y para sus padres la mayor de las desgracias.
Muchos de ellos habían quedado para siempre en aquellas tierras. Estaba muy cerca una canción de corro que expresaba este sentir:
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En el Barranco del Lobo
hay una fuente que mana
sangre de los españoles
que murieron por la Patria.
Pobrecitas madres
cuanto llorarán
al ver que sus hijos
ya no volverán................
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Se les tenía miedo a los moros. Se decía de ellos que eran buenos tiradores. Que no les temblaba el pulso porque no bebían vino.
Además de todo esto se temía también a cruzar el estrecho. Sus siempre revueltas aguas hacían que se les revolviesen también las tripas a aquellos soldaditos de secano que por primera vez veían el mar.
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El Flamenco no piensa en nada de esto. Quería ser militar y ya viste el uniforme. Se siente orgulloso de él y con él. Cumple bien sus deberes y obligaciones. Tanto es así que , antes de cumplir el año, lo ascienden a cabo. Es el día uno de febrero de 1928.
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Con anterioridad había solicitado ser destinado a Marruecos. Por este motivo al día siguiente de su ascenso causa baja en su regimiento. Su Nuevo destino es ahora el Batallón de Cazadores de África Nº 5.
Es el once de junio cuando llega a la ciudad de Larache y, ese mismo día, empieza a prestar sus servicios en el que sería su Cuartel General en aquellas tierras. Le llamaban Campamento de Nador.
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El día cinco de julio, con todos los horrores del verano marroquí encima y a las órdenes del teniente coronel don Francisco Larrandáburu Andréu, marcha camino del campamento de Manracha. Dos días le cuesta llegar hasta él y en él permanece los dos meses más calurosos del año.
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El primero de septiembre recibe la orden de que se encamine ala Campamento Zoco Al Gemís de Beniaros. Hay solamente una jornada de camino. Y al cabo de diecinueve días le encaminan a otro campamento llamado Tezenín. En este lugar permanece todo el otoño regresando a Nador en diciembre.
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En Larache se quita el cansancio, el calor y el polvo del desierto sumergiéndose en las frías aguas del Atlántico y en mirar de reojo a las moras. Con ellas no pueden hacer más. Les está prohibido dirigirles la palabra y mucho más los piropos.
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El descanso es corto. Para él los Reyes Magos se adelantan y le traen la noticia de que debe regresar a Tezenín. Parte el día cuatro a las órdenes del comandante don Eladio López de Haro. Y es durante su permanencia en este lugar cuando a su batallón le cambian de nombre pasando a llamarse Cazadores de Tarifa Nº 5.
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Llega nuevamente el verano y el tres de julio vuelve a Nador. No es para descansar. El alto generalato ha pensado que el tiempo es ideal para realizar unos ejercicios militares y así mantener en forma a toda la tropa.
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En este supuesto a él le corresponde defender la zona del Zoco Al Jemís de Beniaros.
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Finalizadas las maniobras vuelve a invernar en Nador.
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Los Reyes Magos de 1930 le traen un nuevo destino ya conocido con anterioridad: el campamento Tezenín. En él permanece cinco meses, transcurridos los cuales y, disuelto el Batallón de Cazadores Tarifa Nº 5, es destinado al Regimiento de Infantería San Fernando Nº 11 en el cual permanece hasta el día treinta y uno de noviembre que le corresponde pasar a segunda situación de servicio activo. Situación esta que no puede efectuar por encontrarse en viaje de servicio.
Cuando regresa se encuentra con la orden que ha dado el Alto Comisario General a todos los oficiales y tropa que se hayan todavía en filas, aún habiéndoles cumplido su compromiso con el Ejército, que tienen que firmar un reenganche antes de veinticuatro horas o pedir su licencia.
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Don Manuel la pide y fija su residencia en su pueblo natal, La Nava, a la que regresa en el primer barco. Le acompaña su Cartilla Militar, un Certificado de Soltería y una autorización para poder viajar por “toda España, Protectorado español e islas adyacentes”.
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Para caso de movilización sus nuevo destino es Regimiento de Infantería Castilla 16.
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La Nochebuena de 1930, por fin, la pasa en La Nava junto a sus seres queridos.
1933. En el mes de julio de este año causa baja definitiva en el Ejército y pasa, para efectos de movilización, a la Reserva del mismo regimiento que se encuentra situado en Ciudad Real.
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A don Manuel Sánchez Hidalgo le ha dolido mucho el haber tomado esta decisión. Le apasiona el Ejército. Ha nacido para ser militar, para el mando de tropa. No se queja de África. De sus días pasados allí. No se queja de la vida, tan dura, que ha vivido en Marruecos. ¿Qué le ha ocurrido para dejar voluntariamente el Ejército?. Retrocedamos.
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En aquel tiempo, a los muchachillos de doce años se les consideraba útiles para toda clase de trabajo... en potencia. Los niños mismos no se veían niños, sino más bien pequeños adultos y, por esta razón, trataban de emular a los mayores en todo.
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Fumar ante los padres no se hacía hasta que se regresaba de la mili y, algunos, hasta que se casaban. Pero a escondidas, ya se fumaba en esta temprana edad. Eso sí, sólo viloria y liada en papel de periódico o cualquier otro papel. Tabaco había poco y era difícil quitárselo a los abuelos. Quitárselo a los padres no pasaba por la imaginación de nadie.
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A esta edad se hacen muchas cosas y muy importantes. Ya se conocen quienes son los quintos de cada año y no se consiente en la pandilla a nadie más pequeño. Pero cada unos aspira a que, los de la quinta anterior, les dejen entrar en su grupo.
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Empieza a asomar el vello por todas partes y se rasura, también por todas partes, para que nazca más cantidad y más fuerte.
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A esta edad se corre detrás de los perdigones con mayor rapidez que los de treinta años y, además se considera que es un viejo a cualquiera que tenga alguna cana.
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-No le pego a Vd. un guantazo por respeto a sus canas-, se atreven a decir orgullosos y altivos estos aprendices de hombres, cuando han tenido algunas palabras mayores con alguno de ellos.
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Es la edad de elegir la muchacha adecuada si no, se corre el riesgo que, cuanto más tarde se haga, más sobada esté, si la moza no sabe guardar el decoro debido. Y eso es grave.
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Y el Flamenco, que como todos está viviendo esta vida, se enamora.
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“A la edad de doce años
surgió mi primer amor...”
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Y no de forma banal sino sincero, fuerte y duradero. Pero hay circunstancias tremendamente duras a lo largo de la vida y esta parejita de tórtolos viven intensamente una de ellas.
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“Transcurridos cinco años...
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nuestra ilusión destrozaron.”
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Sucedió que, las madres de ambos, se pusieron a mal por un cotidiano problema de vecindad y
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“Sin comerlo ni beberlo
los dos pagamos el pato.”
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Sufren ambos, sí, cinco años de promesas e ilusiones. Son muchos años como para olvidarlos en un segundo. Él lucha e intenta recuperarla. Todo en vano. A ella no la dejan ni asomar a la puerta de la calle.
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Pasan los días. Los meses incluso. Se empieza a dar cuenta de que no va a lograr nada. Ella permanece totalmente metida en casa. No hay forma ni de verla ni de oirla por ningún sitio. El Flamenco es joven y fuerte y no le gusta perder el tiempo en empresas sin futuro. La herida que tiene dentro cicatriza rápidamente al conocer otro amor. Es Francisca.
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En estas circunstancias, es decir, con novia recién estrenada, recibe el aviso de que su solicitud para ingresar de nuevo en el Ejército ha sido aceptada.
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Se va y se queda en Badajoz como soldado voluntario. A la alegría de haber logrado su propósito se une la añoranza de la nueva novia. Pero para que complicarse la vida. Hay que vivirla.
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En una carta suya a un amigo del pueblo le escribe:
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“En Badajoz, mi Blanquete
existen mujeres tales
que al hombre que más resista
se le alborota la sangre”
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A su amigo Blanco se le debe caer la baba leyendo éstas y otras cosas que le cuenta en las cartas que le envía.
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La vida sigue su lento caminar y en Badajoz, nuestro protagonista vive feliz. Con esa felicidad que se tiene a los diecinueve años. Hace vida de cuartel por las mañanas. Por las tardes paseo, si es que no tiene servicio. Muchas de esas tardes las dedica a perseguir a las mozas en el paseo de San Francisco. A pellizcarlas el trasero o decirles piropos. Claro que si con alguna te equivocas y...
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“.......te cuelas
te suelta una bofetada
que te fastidia las muelas”
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Algunas otras tardes las dedica a visitar a una familia amiga que tiene en la ciudad que le quieren y valoran mucho. Y de la que recibe muchos consejos.
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Un mal día recibe una mala carta. Es de un amigo del pueblo y en ella, le dice que su nueva novia coquetea con otro mozo. Se pone lívido. Piensa en la venganza. Urgentemente pide permiso para solucionar el asunto. Se lo conceden y emprende el regreso a casa. En el tren reflexiona. Tiene que asegurarse de que es cierto lo que le dicen en la carta.
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Llega al pueblo con su flamante uniforme puesto y en él los galones de cabo. Presume. Todos son abrazos y parabienes. La novia queda encandilada de él . Le jura, una vez más, fidelidad eterna. Ha aprendido en los ejercicios militares que la mejor defensa es un buen ataque, pasa a realizarlo con astucia y decisión.
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Pone cerco a la casa de la amada. Está pendiente de sus entradas y salidas. Y, en todo momento y ocasión, habla con ella. Poco a poco va ganándose más y más su voluntad. A las mujeres hay que ganárselas por el oído y él, que lo sabe, la requiebra constantemente. Las palabras salen en tropel, pero ordenadas, melifuas, candenciosas, prometedoras de momentos felices, haciéndola soñar, desear esos momentos.
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Poco a poco la va rindiendo. Mina su voluntad. Ya no ve ella nada que no sean los deseos de su amado. Está completamente enajenada.
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Una noche, pasadas las doce, cuando todo el pueblo está en el primer sueño el Flamenco se dirige sigilosamente a casa de Francisca. Se descalza. Y dejando los zapatos arrimados a la pared, trepa por una de las ventanas y sube hasta un balcón. Las puertas están entornadas. Se introduce dentro y logra, por fin, su propósito sin violencia. Sin resistencia alguna. Ha ganado. Él es el vencedor. El que ella ha elegido. El preferido.
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Se llena de vanidad y orgullo. La euforia que siente le convierte en incauto y se lo cuenta al contrincante. Y éste, dolido, lo vigila, sin ser visto, junto con otros mozos.
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La primera noche que repite la escalada le quitan los zapatos y, a continuación, llaman a la casa de los padres de ella, para entregarlos.
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En el silencio nocturno los amados oyen la llamada que se ha efectuado en la puerta. Sospechando alguna insidia, ella vuela rápido a su dormitorio. Él, por un ventanuco que hay en el techo del salón, pasa a un dobladillo. Y desde éste, por una ventanilla, pasa al tejado de la casa adjunta. De tejado en tejado llega hasta el Risco. Y desde él, descalzo, regresa a casa de sus padres. Se acuesta pero no logra dormir. El resto de la noche se le hace larguísima.
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A la mañana siguiente, el que años más tarde sería su suegro, cautelosamente, le hace llamar. Niega el Flamenco las acusaciones que le hace por el bien de Francisca. Le asegura que, efectivamente, subió por sus balcones pero para entrar en casa de su antigua novia que, como él bien sabe, es colindante a la suya.
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En la duda quedó el caso. El Casinero no era tonto, pero tampoco quería armar un expolio sin tener pruebas más firmes que un simple par de zapatos.
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No habían transcurrido muchos días cuando los enamorados quedaron sobresaltados en extremo. Ella estaba encinta y a él se le acababa el permiso y tenía que regresar al cuartel.
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Como el tiempo apremiaba no se les ocurrió mejor cosa que acogerse al amparo de la madre del Flamenco. Se lo contaron todo y acertaron. Quedó encargada de írselo haciendo ver suavemente a los padres de Francisca.
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También les dijo que tanto ella como su marido, Luis, acogerían con agrado y cariño lo que naciese.
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El viaje de vuelta al cuartel es totalmente distinto a su venida. En su pecho lleva la pena de haber dejado sola a su amada con el problema del embarazo encima.
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Nada más llegar al cuartel le dan la noticia de que se tiene que incorporar de inmediato a su nuevo destino.
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Destino que voluntariamente solicitó: la lejana y desconocida África. Sólo tiene el tiempo justo de despedirse personalmente de la familia de amigos que tiene en Badajoz. De su novia, de sus padres y amigos del pueblo lo tiene que hacer por carta.
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Cruza el peligroso estrecho. Llega a Larache. Vuelve a escribir contándoles las penurias del viaje y solicitando información de como andan todos de salud. Al mes largo recibe carta de sus padres y hermanos.
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De Francisca nada. Le han prohibido tajantemente que conteste a sus cartas. Su corazón se acongoja.
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Meses más tarde, cuando ya está habituado a recibir noticias de su amada a través de sus padres o de algún amigo, sorprendentemente, le entregan una carta del Casinero. En ella, su futuro suegro, entre otras cosas, le dice:
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Cuando Jesús pasó
por la ciudad de Jerusalén
volvió la cara y dijo:
-“No lloréis por mí.
Llorad por los pecados
de vuestros hijos”.
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El Flamenco no puede contener el llanto de sus ojos. No cabía duda, ya era padre. Ser padre y con la mar por medio. A cientos de kilómetros de su amada y sin conocer a su hijo. O ¿acaso sería hija?.
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-Que más da- se dice- lo que sea voy a quererlo igual.
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Pocos días después la carta que llega es de su madre. Es más explícita y por ella sabe que lo que ha nacido es una preciosa niña.
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La alegría por esta noticia y el saber que Francisca se encuentra fuera de peligro le hace comunicarlo a sus compañeros de cuartel y salen a celebrarlo a la cantina.
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Por la noche la idea sigue machacona en su mente y no le deja dormir. Es padre. Qué orgulloso se siente. Va a ser un padre ejemplar. Va a querer a su hija como ningún padre ha querido nunca. La va a cuidar. La va a mimar. Pero ¿y si cae en una emboscada de las muchas que constantemente les están poniendo los moros?. ¿Morirá sin conocer a su hija, sin haberla besado ni siquiera una vez?.
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Rápidamente rechaza los negros pensamientos. Ahora lo que tiene que hacer es soñar que todo saldrá bien. Es mejor y le va a costar lo mismo.
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Sigue su cotidiana vida militar. Calor. Mucho calor y mucha arena cuando salen de expedición o a realizar alguna descubierta. Calor, arena y mar cuando regresan a Nador.
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Por carta sigue todo el proceso evolutivo de su hija, cómo crece y cómo da los primeros pasitos. De algún constipadillo que otro. Pero ésta que ahora le acaban de entregar trae malas noticias. Su hija está gravemente enferma y por el pueblo se ha corrido la voz de que como tiene fama de mujeriego, cuando la engendró tendría alguna enfermedad venérea adquirida con las malas mujeres de Badajoz o de otros lugares.
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No lo piensa ni un momento.
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Habla con sus superiores y les cuenta todo. Solicita un permiso y aceptan dárselo. Pide, asimismo, al oficial médico, le haga un profundo reconocimiento y certifique por escrito su estado de salud.
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De las pruebas y análisis a que es sometido el doctor le confirma que está totalmente sano y no tiene ninguna enfermedad ni contagiosa ni de ningún otro tipo.
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Cuando llega al pueblo alegrías y llantos. Abrazos queridos y miradas torvas. Ante tantas sospechas él airea su certificado médico con fecha, sello y firma.
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Desconfían la mayoría. Unos pocos no. Isabel, la Zurza, hermana de su suegro es de éstos y solicita al Casinero permiso para llevar a la niña a un médico famoso que reside en Monterrubio de la Serena.
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Se ponen en marcha. Hay cuatro leguas, por caminos de herradura, atravesando los Berciales. Acompañan a la niña, Francisca, El Flamenco, su madre y La Zurda. Y además una burra con el hato. Carreteras y coches aún no había.
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Mogollón, que así se apedillaba el médico, es pariente lejano de los padres del Flamenco. Después de los saludos y entrega de los regalos que le llevaron, metidos en un ambiente muy relajado, se lo cuentan todo.
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El doctor se levanta, toma a la niña y tendiéndola en la camilla la examina despaciosamente y a conciencia. Cuando termina sonríe y pregunta.
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-¿Es acaso, un asno lo que tienen Vdes. Por médico en el pueblo?.
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Todos quedan sorprendidos por la pregunta.
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-La niña –continúa diciendo el doctor- sólo tiene un eczema y, aunque le coge todo el cuerpo, es benigno. Así que, con esta pomada que les receto, se la untan bien por todo el cuerpo y en pocos días sanará.
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La vuelta al pueblo fue más feliz. Incluso se habla de boda, aunque tienen la certeza de que el Casinero no aceptará el matrimonio.
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Y así es. No dice que no abiertamente, pero va dando largas al asunto. Acepta, eso sí, que el Flamenco reconozca ante el juez que es hija suya.
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El permiso es más corto de lo que él creía y regresa a Marruecos para seguir en su cuartel y progresar en su carrera militar. Ya tiene hecho y aprobado el curso de sargento. En cualquier momento le concederán el ascenso.
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Pero esta vez permanece en aquellas tierras menos tiempo de lo que él esperaba. Ciertos acontecimientos ocurridos en el norte de España, contribuyeron, en parte, a truncar su carrera militar.
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Don Manuel Sánchez Hidalgo ha querido ser siempre militar profesional. La carrera militar le atraía plenamente. Era su vocación. Llenaba totalmente su vida. Tenía todas las cualidades para serlo. Era disciplinado. Arriesgado. Responsable. Decidido. Con capacidad organizativa y carácter para el mando. Jamás pensó en la muerte cuando realizaba las difíciles y arriesgadas descubiertas, para contrarrestar al enemigo y prevenir posibles golpes de mano, a los que tan aficionados eran los moros.
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Sin embargo la vida de Don Manuel está salpicada de algunos hechos que hacen pensar que estamos también ante un hombre que, en algunos momentos, es todo corazón. Quizás un sentimental.
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Precisamente este mirar atrás, este recordar amores y seres queridos esta blandura de su corazón, influyeron grandemente en la decisión de dejar el Ejército. Agravado por la falta de recursos económicos al ver como pasaban los días y el ascenso no llegaba.
Son las Navidades de 1929.
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En el Cuartel de Transeúntes de la ciudad de Cádiz, los soldados están mustios a pesar de que el vino corre más abundantemente que en otras ocasiones.
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Hace años que Angelillo, un cantaor, está de moda. Sus coplas corren de boca en boca. En algunas casas, pocas, gramolas de cuerda de reloj repiten una y otra vez las mismas canciones suyas.
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En estas fechas está haciendo furor la titulada “El Inclusero”.
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“No conocí la alegría
ni fiesta de Navidad
ni el beso que cada día
una madre siempre da”....
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Los soldados empiezan a cantarla a coro, con ímpetu, pero, poco a poco, uno por aquí, otro por allá, se van aislando y volviéndose nostálgicos. Los ojos se llenan de agua y las lágrimas corren por las mejillas de los más sensibles. Van camino de África y, por supuesto, la inmensa mayoría sí ha conocido a su madre y han recibido esos besos.
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Estas Navidades, sin embargo, padres, hermanos, novias y amigos están lejos.
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¿Cuándo los volverán a ver?.
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No es sólo esta canción. Angelillo canta coplas de sentimientos y con sentimiento. Las modulaciones que le da su voz a la letra, hace que ésta cale más hondo en los oyentes.
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“Madre abandonada” es el título es el título de otra canción que, por ser más directa, penetra en lo más interior de estos muchachos y más aún en los que están allí como voluntarios.
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Y, aunque más de una vez han deseado irse lejos de casa, aunque más de una vez han levantado la voz a la madre más de lo debido, ahora, escuchando esta copla, se sienten arrepentidos y con deseos de volver. La copla, oída en aquellas circunstancias rompe el corazón y el alma del más recio.
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“.........
Y si Dios te da algún hijo...
dale un beso que tu madre
le dejó antes de morir...
Dile que no te abandone
como tú me hiciste a mí...”
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Se embarca. Empiezan a alejarse de España. Cruzan el Estrecho. Este Estrecho que el Flamenco ha cruzado más de diez veces llevando y trayendo tropas. La mayoría es la primera vez que se embarcan y se marean.
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Por fin llegan a Larache. Hay moros, pero también hay muchos españoles; comerciantes o soldados en su mayoría.
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En esta tierra extraña y lejana, la propia, es añorada con más afán. Entre los soldados se habla de los padres y hermanos que quedaron allá. Se habla de los amigos y de los proyectos para “se termine todo esto”.
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Se habla, como no, de la novia y se enseña a los más amigos la fotografía con el “para que no me olvides” y el nombre de ella puesto debajo. Hay algún celoso que ni siquiera la enseña a los íntimos.
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También aquí llegan las canciones de Angelillo, “Esposa” es el título de otra de sus famosas canciones de aquel entonces. Y, precisamente esta noche de Reyes es obligatorio cantarla.
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“La quise como a nadie...
Por ella me hice bueno,

honrado y buen marido...
Pero una noche de Reyes
cuando a mi hogar regresaba,
con el amigo más fiel
comprobé que me engañaba...”
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Aunque hay cuchufletas y pitorreo porque nadie está casado, por dentro, les queda una miaja de resquemor.
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Quien más, quien menos, teme que la novia no “le guarde la ausencia” y caiga en las redes que le tienda otro hombre. Algunas veces negros pensamientos cruzan sus m
entes. Muchos más negros cuando más lejos se está. Y el mar por medio.
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El Flamenco no es ajeno a todas estas canciones. Él mismo afirma que “estas coplas bien cantadas y oídas en silencio, hacían llorar a los hombres más fuertes. A mí me decidieron mucho en mi vida privada”.
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No sólo fueron las canciones las que influyeron para alejarle del Ejército.
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Ya hemos dicho que es disciplinado y que no teme ni a nada ni a nadie. Con sumo respeto, como mandan las ordenanzas, pero con claridad, se comunica con sus superiores. Y siempre ha aceptado sus consejos. Como socialista y republicano hace que tenga más facilidad para hacer amistades con sus superiores de estas tendencias políticas. Aunque la mayoría de los altos jefes son monárquicos, hay algunos que no ven mal la República, incluso la ven cercana. Los jóvenes oficiales van más lejos y creen que debe ser una República de izquierdas. Son pocos, pero los hay. Y no sólo en el Protectorado.
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A muchos kilómetros de allí, en lo más al norte de la Península, hay un capitán legionario que sueña con una España así. Y aún va más allá. Su idea de unos Estados Unidos de Europa, la comenta con algunos compañeros de Arma. A ello le arrastra su idealismo libertario y su pensamiento ácrata, a pesar de ser militar hasta el tuétano.
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De temperamento impaciente quiere las cosas bien hechas y ya. Ésto le ciega y no ve que la República está llegando. Que está a la vuelta de la esquina, sin necesidad de ningún acto de violencia.
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Es el do
ce de Diciembre de 1930.
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Fermín Galán es el nombre de este caballero. En este día y al grito de “Viva la República”, se subleva contra la monarquía constitucional de Alfonso XIII, en la ciudad de Jaca donde está destinado.
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Le apoyan, en esta intentona de levantamiento militar, muchos otros oficiales, entre los que destaca otro joven capitán. Es Ángel García Hernández.
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A las pocas horas están bajo sus órdenes toda la numerosa tropa de la guarnición y muchos paisanos.
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España queda alarmada por este acontecimiento. Acuden tropas de Zaragoza a marcha forzada y someten a los insurrectos. Inmediatamente se forma Consejo de Guerra y ambos oficiales son fusilados.
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Han sido solamente cuarenta y ocho horas lo que ha durado esta gesta. A pesar de tan poco espacio de tiempo es tan enorme la fuerza interna que tiene esta revolución que repercute de inmediato en España entera. Son llamados por todas partes “Mártires de la República” y, con la implantación de ella, llegaron a dar sus apellidos, en 1931, más nombres a calles en pueblos y ciudades que ningún otro español de todos los tiempos.
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Muchos republicanos, debido a este intento de golpe de estado, perdieron la esperanza y así, resumiéndolos a todos, el eminente político Casares Quiroga declaró en aquellas Navidades: “Esta gente ha hundido la llegada de la República por unos cuantos años más”
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También se hundió la carrera militar de don Manuel Sánchez Hidalgo que, examinado y aprobado para sargento, no había firmado el reenganche, esperando llegase primero el anhelado ascenso.
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El día que se sublevaron Galán y Hernández él se encontraba dando escolta y protección a un barco de soldados regulares en el puerto de Cádiz que, con la licencia en las manos, regresaban a sus hogares.
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Una vez de vuelta a Larache, sin más requisito, le dijeron que firmase el reenganche o que firmase la licencia profesional o la definitiva. Del ascenso no le comunicaron absolutamente nada.
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Antes de tomar una decisión en algo tan importante consultó con su comandante. La contestación no pudo ser más desalentadora.
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–Después de lo de Jaca –le dijo- el Ministerio estará ahora revuelto y tengo la impresión de que su ascenso va para largo.
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Le aconsejó pidiese la licencia provisional y así tenía tres años por delante por si cambiaban las circunstancias y seguía pensando ser militar de profesión.
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Rotas las ilusiones por un lado, pero por otro con la alegría de poder ver a su hija y estar al lado de su amada, firmó la licencia provisional. Le arreglan los papeles rápidamente para que pudiera embarcarse en el primer navío que salga para España.
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En su cartilla militar consta que está en Segunda situación de Servicio Activo, es decir en la Reserva, siendo destinado al Regimiento de Infantería Castilla 16 y con residencia en su pueblo natal.
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En julio de 1033 cumple su sexto año en filas y, puesto que no ha firmado el reenganche, tiene que abandonar, ahora sí que definitivamente, el Ejército.
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En el archivo quedó constancia para siempre que era Tirador de Primera Clase, que tenía la graduación de Cabo y que era apto para Sargento.
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Y aquí hubiese terminado definitivamente su ansiada carrera militar si no hubiese ocurrido, unos años después, el último y definitivo golpe de estado llevado a cabo por los militares, que tantas veces lo habían intentado en el siglo pasado y en éste. Esta vez fue el General Franco el que llevó a efecto el levantamiento militar.
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Don Manuel Sánchez Hidalgo a su llegada a La Nava, se convirtió nuevamente en el Flamenco. Es el mote que le pusieron de niño y es el mote que le acompaña toda su vida Manuel Sánchez Hidalgo su nombre sólo para efectos oficiales, lo mismo militares que civiles. Nada más. Para las gentes del pueblo y los de alrededor el Flamenco es el Flamenco y no necesita más apellidos ni explicaciones.
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Desde que se supo en La Nava que el Flamenco venía licenciado no hubo otro tema de conversación que su persona y la de sus familiares más allegados. Fue un acontecimiento popular el día en que apareció nuevamente en el pueblo. No sólo se le hacía a él este tipo de recibimiento , que fueron siempre los naveros muy amigos de interesarse por la salud y problemas de todos los habitantes del pueblo. Por eso cuantas personas forasteras lo visitan lo primero que les llama la atención es la solicitud para con ellos y la hermandad en que viven. Que no hay problema en el pueblo que todos no traten de remediarlo. Cada uno como bien pueda. Aunque luego existan los lógicos problemas que surgen de la misma convivencia.
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Digamos que fue un recibimiento muy especial el que le tributaron sus paisanos. A ello contribuía lo acaecido meses atrás, incluso años antes. Todos deseaban ver en que terminaba aquello y por eso acudieron prontamente a saludarle. Unos por hermandad, otros por amistad y otros por curiosidad. No quedó nadie en el pueblo que no pasase por su casa o lo saludase en la calle o en el casino. Y todos con las orejas bien tiesas para tratar de coger alguna palabra que les indujese a pensar algo, a vaticinar algo.
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La fama que ya tenía de aventurero y mujeriego. El tener una hija, reconocida, si, pero con la madre no tenía otro vínculo que el de un par de cartas escritas antes de que naciera la criatura. La oposición del Casinero a que se celebrase la boda, eran temas que apasionaban a todo el pueblo. Todos y todas presumían de saber mucho pero, realmente, no sabían nada. Sólo había conjeturas. ¿Se casarían? ¿Se juntarían? ¿Cedería el Casinero en su firmeza de no celebrar la boda?
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Otros tenían diferente curiosidad y se preguntaban si traería la lengua y la pluma tan afilada como cuando se fue. Alguno contestó que mucho más, que en el Ejército no se aprende nada bueno.
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Por estas razones su licenciamiento fue más celebrado y temido que el de cualquier otro quinto. Y con su llagada se alteró aún más el estado de ánimo de los habitantes del pueblo.
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Aires renovadores habían llegado a España y, también en La Nava, se esperaba con impaciencia que el viejo lema de “Libertad”, “Igualdad” y “Fraternidad”, que la Revolución Francesa había puesto de moda hacía más de cien años, se hiciese realidad.
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La renovación de la vía de los tramos del ferrocarril Almorchón- Bélmez y Almorchón-Campanario había dado trabajo a gran parte de la juventud de Monterrubio. Helechal, La Nava, Benquerencia, Castuera y otros pueblos finalizó dos años atrás. Habían acabado también las obras de apertura de la carretera Benquerencia-Helechal y el acondicionamiento de la de Monterrubio-Almorchón.
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Algunos mozos habían logrado integrarse en la empresa explotadora de esta red de ferrocarriles, la M.Z.A., pero la mayoría de ellos carecían de trabajo. Y no por falta de ganas. Habían catado lo que era un jornal y se resistían a no tenerlo de continuo o al menos lo más frecuentemente posible.
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La renovación de la vía del ferrocarril había traído, además de sueldos, el concepto de corporativismo de la clase trabajadora y el saber que sin lucha no se logra nada.
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Cincuenta años antes, cuando se tendió el camino de hierro en estas tierras, sus abuelos atisbaron algo de poder y la fuerza que da la unión. Ahora ellos, sus nietos, estaban dispuestos a realizar el sueño, siglos añorados, de dejar las pedregosas sierras y bajar a los fértiles valles del arroyo de Benquerencia y del río Zújar.
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Cientos de años habían estado viviendo sus antepasados con cabras y ovejas entre riscos o abriendo agujeros en las soleadas pedrizas para sembrar olivos.
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Porque las mejores tierras ni les pertenecían ni eran explotadas por sus siempre ausentes propietarios.
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No les fue permitido nunca coger siquiera un celemín de bellotas de las centenarias encinas de los Berciales ni pastorear sus ganados en los pastos de “esas Serenas” reservados a ovejas de tierras lejanas.
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Hasta ellos había llegado la noticia de que el marqués de Perales iba a vender partes de sus tierras y que, aunque había compradores de Cabeza del Buey y Zalamea, eran terratenientes de Castuera los que habían promovido todo y los que estaban dispuestos para quedarse con la mayoría de ellas.
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Esta juventud de los años treinta, que veía con gozo como la monarquía, que tanta hambre les había dado, salía “por pies” de España, no estaba dispuesta a dejarse arrebatar estas tierras que consideraban suyas.
En La Nava se cantaba por aquellos días una copla que se hizo popular:
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“Ya tenemos carretera
y el pueblo contento está
y si tenem
os unión
también tendremos Bercial”
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Una vez más el canto como signo de lucha. Y en los casinos y tabernas una vez más el canto como signo de lucha.Y los casinos y tabernas de aglutinadores de focos revolucionarios. En ellos se discutía todo y se informaba de todo. En ellos se estaba al día y en ellos se tomaron las mejores decisiones.
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Una mañana del mes de marzo de 1930, muy temprano, desde Monterrubio, Helechal, La Nava, El Puerto y Benquerencia, empezaron a salir de sus casas con las armas que tenían. Lo primero el coraje. Luego hachas, hoces, martillos, picos, palas y otros tipos de herramientas.
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El punto de encuentro de todos lo habían situado en finca denominada Cañá de la Pila.
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Los de Helechal se habían traído con ellos ¿voluntario? ¿forzado acaso? A Don José, el cura del pueblo.
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Algunos de Monterrubio cuando se enteraron volvieron a por el suyo.
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Una vez reunidos todos, con el ánimo decidido de lograr a cualquier precio el reparto de aquellas tierras, partieron hacia Castuera.
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En la entrada del pueblo les estaban aguardando toda la juventud del mismo con iguales armas.
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Pronto las calles se llenaron de gentes que pedían, en inmenso griterío, un pedazo de tierra para poder trabajarlo.
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De momento sólo llevaban la intención de talarle todos los olivos y encinas a estos pocos, pero grandes egoístas, si no renunciaban a sus deseos de querer comprar unas tierras sólo por afán de agrandar más sus posesiones para que siguiesen siendo improductivas.
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Don José, el cura de Helechal, fue uno de los que entraron a dialogar con estos terratenientes.
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Lograron convencerles, no las razones cristianas a las que apeló el cura, sino el temor. Se dieron cuenta de que no sólo peligraban sus olivares. Con el clima qu
e se había creado de tan alta tensión cualquier exaltado podría hacer algo irreparable.
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El Flamenco vivió estos acontecimientos desde lejos. Aún estaba en tierras moras. Ahora, al llegar al pueblo, se encontró con que las suertes de Los Berciales ya estaban repartidas.
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Se encontró también todos esos pueblos en auge desconocido hasta entonces. Ni que decir tiene que todos eran afiliados a la izquierda ugetista agraria.
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Don Manuel, que nunca fue de última fila sino todo lo contrario, pronto se dio a conocer como hombre con el que tenían que contar para cualquier movimiento de tipo social o político. Así que pronto entabló amistad con todos los líderes de aquellos pueblos limítrofes. Y de manera especial con los coincidentes en sus ideales.
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Uno de estos líderes fue el socialista don Antonio Navas, jefe comarcal de Castuera, con el que entabló una fraterna y larga amistad. Y a tal extremo llegaron que, en 1932, este hombre apadrinó al segundo hijo del Flamenco, Arístides, habido ya en matrimonio canónico. Un matrimonio que los padres de Francisca, por fin, ya habían autorizado.
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Dos años llevaba en el pueblo cuando nació este segundo hijo. Estaba de suerte. Primero la hembra. Luego el varón. El bautizo se celebró por todo lo alto. No faltó nadie del pueblo. Invitados unos por ser socialistas y otros por familiares. Incluso vinieron forasteros.
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Y es que la vida es así. Hay tiempo para todo. Para las exigencias sociales y para practicar el amor y la amistad.
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En la Casa del Pueblo-conocida como Casa Obrera Aldeana- filial de la U.G.T.- , se comunicaban todos los problemas y allí se les buscaba la salución adecuada. El principal inductor de esta casa de La Nava fue el Flamenco y además secretario del partido socialista, el único partido político que había en el pueblo.
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Como tal secretario cumplía bien sus funciones y a tal efecto se encargaba de traer buenos oradores para los mítines. Entre los que llegaron a destacar el señor de La Nava y los Porrinches, estos de Monterrubio, no sólo por su facilidad de palabras sino también por su compromiso con los trabajadores....