viernes, 29 de agosto de 2008

CAPÍTULO IV: Quejas por las vicisitudes pasadas y no recompensadas

Yo que fui socialista
de aquellos del año treinta
basándome en las doctrinas
del ilustre Pablo Iglesias,
por lo de Galán Hernández
me tuve que licenciar
en el serrallo de Ceuta
nos querían encerrar.
Con licencia limitada
para volver a ingresar
si es que la cosa variaba
en la fuerza militar.
Si la República entró
ayudada con nuestro esfuerzo,
me ayudaron y ayudé
a formar casa del Pueblo.
Me nombraron secretario
y repartí a los obreros.
Dí tierra a los labradores
en las fincas ne nuestro término.
Y, basándome en las Leyes
les defendí sus derechos.
El Movimiento estalló
Y, desde el primer momento,
por orden de Badajoz,
como jefe me pusieron
y recogí todas las armas
de cortijos y del pueblo
y fueron depositadas
en nuestra Casa del Pueblo.
con guardias en carreteras
se salvó el primer momento
de fascistas de fuera
que a imponerse vinieron.
Con quince o veinte voluntarios
que unirse a mí quisieron
me uní a los Guardias de Asalto
que a apagar focos vinieron.
Les quitamos Villanueva
y Don Benito primero.
Luego posterior Castuera
donde ya tenían presos
a todos los socialistas
con el municipio entero.
Luego a Mérida marchamos,
con los guardias, desde luego,
si nos faltaba armamento
¿qué podríamos hacer
frente a un instruído ejército?.
La voladura del puente nos falló por cierto,
y los carros de combate
se metieron en el pueblo.
Por todo el Guadiana arriba
salimos los que pudieron
y en la estación de Don Álvaro
cogimos el tren de nuevo
regresando a nuestras casas
derrotados, pero sin miedo.
Posterior me incorporé
con el mando de sargento,
en el Batallón Choque de Huelva
que, aquí en Castuera lo hicieron.
Me pusieron de instructor
para enseñar el manejo
a la mayoría, que un arma
no habían cogido por cierto.
Muy poco se adelantaba
por la falta de armamento
a los ocho o nueve días
a Llerena nos metieron
con Águilas de Sediles
que dando voces vinieron.
Rodeado de cereales
sin segar, estaba el pueblo
y ya, metidos en las calles,
les llegó un tren de refuerzos,
Y su aviación, bombardeando,
al campo le pegó fuego
y tuvimos que evacuar
dejándonos muchos muertos.
Un poco reorganizados
nuestros mandos dispusieron
hacer frente el Tajo arriba
derechitos al infierno
porque así podía llamarse
Madrid en aquellos momentos.
Ya llegamos una noche
y, de paso, nos metieron
a una callen no sé cual (Velázquez)
sufriendo los bombardeos
de pesada artillería
y en la misma calle ellos.
Pa pasar de casa en casa
había que abrir agujeros.
Cuando al fin nos relevaron,
a los tres días por cierto,
y para poder marcharse
dejabas el armamento.
Allá por la Castellana
fue nuestro acuartelamiento.
Y de aquel Choque de Huelva
dos batallones hiecieron.
Alli nos militalizaron
y allí donde me ascendieron
a teniente con el mando
del Ejército del Pueblo.
Después de reorganizados
y destinados a Cuerpo (el 7º)
al Frente de Extremadura
en la 47ª Brigada por cierto,
que estaba cubriendo frente
en la provincia de Toledo.
Al frente de Talavera
fue mi batallón por cierto
y allá en los Navalmorales
campo de instrucción hicieron.
Me nombraron instructor
y, al mismo tiempo, me hicieron
comandante militar
de todos aquellos pueblos.
Y allá, en San Martín de Pusa
tenía el acuartelamiento
con la compañía Depósito
donde iban todos los quintos nuevos.
Cuando, al fin, me relevaron
por un capitán más viejo
el mando de la Tercera
Compañía me dieron.
En el pueblo Las Herencias
mi mando fijé de nuevo.
Frente a Malpica del Tajo
la primera vez me hirieron.
Herida superficial
en el antebrazo izquierdo
y sin ir al hospital
cinco o seis puntos me dieron.
Allí pasé varios meses
sin ataques ni relevos.
Sólo había golpes de mano.
Estaba el Tajo por medio.
Para hacer otra Brigada
salió mi Compañía en pleno
y a Cabeza del Buey zona
fue donde se hizo por cierto,
fue la Ciento ochenta y nueve
con quintos de otros cuerpos.
Sin acabar de enseñarle
de las armas el manejo
salimos pa Castellón
y, de paso, nos metieron
sin previa preparación
ni más apoyo que el nuestro,
de hocico al enemigo
como el que va al matadero.
Carretera de Teruel
nos tropezamos con ellos.
Retroceder los hicimos
y allí fue donde me hirieron,
era la segunda vez, y más grave
el antebrazo derecho
saliéndome por la espalda
y atravesándome el cuerpo.
Fui retirado de noche
y a Valencia me trajeron.
Sólo la primera cura
en este hospital me hicieron.
Me trasladaron a Elda
una semana por cierto.
Desde allí pasé a Monóvar
en donde curé por cierto.
Se quedó el brazo dormido
en él no tenía manejo.
Me llevaron a Alicante
y allí corrientes me dieron
hasta que por fin el brazo
tomó otra vez movimiento.
Cuando me dieron de alta
con el pase que me dieron
de nuevo en mi Batallón y Compañía
me incorporaron por cierto,
que ya venía de Levante
para el frente extremeño.
Me incorporé en Ciudad Real
y salimos de momento,
y al amanecer llegamos
a Belalcázar por cierto
y en la estación de Zújar
se atacó en primer momento
cortando la vía de Córdoba
pa que no entraran refuerzos.
Conseguido el objetivo,
cuando nos entró el relevo,
pasamos al otro lado
y, por la Puebla de Alcocer,
a la Serena atacamos.
Íbamos en segunda línea
según los mandos dijeron,
apoyando a la vanguardia
que atacaba con denuedo.
Ya tomada la Serena
y nuestro enemigo huyendo
a dos mil metros de la vía
nos mandan hacer un alto.
Nadie comprendía aquello.
algunas vanguardias nuestras
hasta la sierra subieron,
porque así lo dispusieron.
¡Señores, cuanta traición
al Ejército del Pueblo!.
Ahí el frente se paró
y quedamos estancados
hasta que llegó la orden
de las líneas retirarnos
y llevar las Unidades
a Piedrabuena a entregarnos.
Mi batallón salió en orden
la Serena atravesando
sin vehículo ninguno
todos íbamos andando.
Pasamos por Sancti Espiritu.
hasta que a Chillón llegamos
en donde había un desorden
de militares borrachos;
armas tirás por las calles
y sin encontrar un mando.
Nos pasamos sin parar
y por el medio del campo.
Nos reunió el comandante
y entre todos acordamos
de quedarse un oficial
para entregar a los soldados
y marchar a Ciudad Real
y en Capitanía entramos
poco menos que a la fuerza.
No nos querían dejar paso
mucho menos con las armas
que llevábamos colgando.
Pero no lo sentimos
y a la oficina llegamos,
pero ya del general
no conseguimos ni rastro.
El capitán ayudante,
por nosotros amenazado,
nos dijo: “Márchense ustedes
esta guerra ha terminado”.
Y con diez guardias, lo menos
a la calle nos echaron.
No quisimos dispararles
porque ya vivas a Franco
sonaban por toas las calles
y nos pusimos a salvo.
Salimos para Alicante
a ver si cogíamos barco
y de Albacete pa lante
con un Batallón cruzamos.
Eran prisioneros nuestros
rodeados de soldados
armados con metralletas
pero ellos desarmados.
Un comandante de ellos
señores, venía al mando.
Un buen sujeto, por cierto
porque al cruzar y pararnos
nos preguntó: ¿Dónde van
sin soldados y armados?”.
“Ya no pueden embarcar
barco y puerto están tomados
y toda la capital.
Yo, si quieren, les doy paso
pero deben volverse
cada uno por un lado,
irse del pueblo, si pueden:
pero dejarme las armas
que es lo que tengo ordenado
y el vehículo lo dejan
en Albacete aparcado.
Y yo nada de esto he visto
y así mi honor queda a salvo”.
Nos volvimos para atrás
maldiciendo y renegando
de los mandos superiores
que hubo en nuestro bando.
Salvo algunas excepciones
pocos buenos y muchos malos.
Y yo, deshecho el complot
para poder fugarnos
a mi familia me uní
donde estaban refugiados.
En San Juan era, por cierto,
con mi suegro allí empleado,
por ser cartero del pueblo
y allí me lo trasladaron.

SEGUNDA ODISEA, TERMINADA LA GUERRA DEL TENIENTE MANUEL SÁNCHEZ HIDALGO

Desde San Juan vine al pueblo,
ya me estaban esperando
los soldados que aún había
en la aldea destacados
y antes de llegar a casa
ya me habían despojado.
Uno me quitó las botas
y me largó unos zapatos;
otro cogió la guerrera
y en camisón me dejaron;
otro me quitó el reloj
porque y que era requisado
y sin llegar a mi casa
para el Campo me llevaron.
En la ciudad de Castuera
lo tenían preparado
a dos kilómetros del pueblo
y con una mina-pozo al lado,
que tragó a más españoles
que un cementerio en mil años.
Barracones de madera,
de alambradas bien cercados;
morteros y ametralladoras
desde la sierra apuntando;
cinco o seis mil hombres por dentro
como piojos apiñados,
que si acostarte querías
tenía que ser de lado;
boca arriba no cogías
y mucho menos sentados.
Cuando la ficha le hacían
a to el que iba llegando
el que era oficial o clase
ya estaba incomunicado.
Y de estos barracones
tos los días iban sacando.
Ninguno volvió jamás
de los que iban llamando.
el que no iba a la mina
se lo llevaban pa asarlo.
Esto es lo que nos decían
si podían comunicarnos.
Y así pasé dos meses
con suerte, porque estacazos
dentro de los barracones
se repartían a diario.
Y más, cuando te sacaban
hacia una orilla del Campo
a hacer las necesidades.
Tenías que ir preparado
pues sólo ocho minutos
te daban para este acto
y el que no andaba ligero,
con un astil, estacazo.
Cuando mi tío se enteró(Don Valentín)
y escribió al jefe de Campo,
por cierto que el día antes
a éste habían relevado,
que era un tal Navarrete
Dios le haya perdonado,
vino un sargento por mí.
A la oficina de paso.
Me dejaron en presencia
del nuevo jefe de Campo.
Después de leerme las cartas
y los saludos cambiados
me dijo: “Cómo se enteró tu tío
si estabas incomunicado?”
Yo le dije: -“No lo sé”.
“Por alguno que ha marchado”.
Él contestó: -“Puede ser,
no lo tome como agravio.
Como verá, yo soy nuevo
e ignoraba estos casos
y hoy mismo daré la orden
cesen los incomunicados;
eso sí , pero que estén
aparte de los soldados”.
Y esto así sucedió
y al otro día me llamaron;
sin pasar por la oficina
A Castuera me llevaron
y como aquel que está enfermo
en la enfermería me entraron.
Allí fue a verme mi tío
y por él fui presentado
a un teniente instructor
y expediente me formaron.
Hasta que un día cualquiera,
a Mérida nos llevaron
y allí, en Auditoría,
fue donde fuimos juzgados.
Diez avales presenté
de pueblos que había estado
declarando mi conducta
con todos los ciudadanos.
Como no tenía denuncias,
de hechos ni malos tratos
ni de mi pueblo ni fuera,
por rebelión me juzgaron;
y con seis meses de arresto
fue a lo que me condenaron.
Yo creí que en libertad
me pondrían en el acto.
Pero no fue así, no señor,
nos devolvieron al campo
y al otro día siguiente,
con tos los que había juzgados,
en la estación de Castuera
un tren especial formaron
y seguro que unos mil
Para Orduña nos llevaron;
y en aquel Campo, seguro
ocho o diez mil nos juntamos.
Separados por condenas,
unas seis brigadas formaron;
y de entre los prisioneros
por condenas separados
y sabrían nuestras conductas
porque seis jefes nombraron
poniéndolos distintivos
como capitanes y mando
igual que una compañía
de quintos o de soldados.
Lo mismo que en un cuartel
fuimos secciones formando
y en cada grupo o sección
un cabo se ponía
o nombrabas al mando
para que pasase lista
y los formara en el acto,
y con toda disciplina
eran allí castigados
si alguno no obedecía
ni respetaba los mandos.
Nuestra misión era ésta:
seguíamos siendo soldados
y lo mismo que en el cuartel
eran servicios nombrados.
Los cabos pasaban lista
y el parte nos iban dando
de los veinticinco o treinta hombres
que tenían a su mando.
En la diana o retreta,
sus partes recopilados
al oficial de servicio
diariamente entregábamos.
Además de responsables
los capitanes nombrados
con un oficial de prisiones
por él siempre acompañados
teníamos que hecer servicio
lo mismo que un funcionario.
Recibíamos doble dieta
y éramos respetados.
pero siempre responsables
de muchos equivocados
que ni en el pueblo ni en el Frente
pudimos disciplinarlos.
Pero allí tragaban bilis
porque estaban encerrados
y el castigo era muy duro
y además tenían recargo.
Allí pasé varios meses,
seguro que más de un año,
hasta que la orden del caudillo.
que redimieran los presos
la pena por el trabajo
como yo a más de mil
sin condenas y encerrados,
a nuestra Auditoría
nos devolvieron del Campo.
Yo tuve suerte al llegar
ya lo había comunicado
y en la estación de Mérida
ya me estaba esperando
con una carta mi tío
y nuestro alcalde de barrio,
y desde allí a la prisión
nos fueron acompañados.
Y allí el alcalde les dijo
lo que tenían que hacer
para salir de contado.
Fueron a la Auditoría
y mi expediente buscaron,
diez oficios habían puesto
al municipio¡qué guarros!
para ver si me admitían
o me echaban desterrado.
Menos mal, nada dijeron
y a ninguna contestaron.
Así me vine con ellos,
con año y medio encerrado.
pero, después, en el pueblo
me tenían vigilado
además de –presentarme
a la autoridad a diario.
Toas las noches me llamaban
por la ventana del cuarto,
a ver si es que estaba en casa
y me encontraba acostado.
¿A dónde quedrían que fuese,
si además de desarmado,
me tenían, aunque suelto,
para que fuese al trabajo?
Declará zona de guerra
por el señor Gómez Canto,
ésto duró por lo menos
yo creo que cuatro años.
Dicen que había guerrillas
Y que estaban dando atracos;
Pero yo nunca los vi
ni tuve ningún contacto.
Pero vi contrapartidas
de guardias, que de paisano
iban, por pueblos y cortijos,
sonsacando a los incautos
que eran de la sierra,
para después encerrarlos
y abusar de sus mujeres
mientras los tenían atados.
Como, vestidos de guardias,
aunque iban desarmados,
sacarlos a dar batidas
y en la sierra fusilarlos;
pa justificarse luego
con que se habían encontrado
con una de las partidas
y a guardias habían matado.
Todo esto lo comentaban
algunos guardias honrados
que a muchos les repugnaba
lo que les mandaba el mando.
Cuando todo esto transcurría
otra vez fui yo encerrado.
a unos cien metros del pueblo,
de un cuñado acompañado,
con escopeta prestada,
nos poníamos al acecho
por coger alguna caza.
El asunto estaba serio.
la Guardia Civil, oculta,
nos estaban esperando;
porque nunca los traidores
en ningún sitio faltaron.
“Cómplices con las guerrillas”
hicieron nuestro atestado.
Lo tuvimos que firmar
Con pistola apuntando
No te podías negar
Aún sabiendo que era falso.
En Cabeza del Buey dos meses
Me tuvieron encerrado.
Y después en Badajoz
y de nuevo nos juzgaron.
Con la autoridad del pueblo
y vecinos que firmaron,
pudo conseguir mi tío
que el atestado era falso.
y al celebrarse el juicio
en libertad nos dejaron.
Cuando todo esto acabó
mis años habían pasado
pero muchos de derechas
me seguían apreciando.
Y como torpe no fui,
según dicen, pa el trabajo,
me llamaban pa que hiciese
en sus haciendas trabajos,
como la poda de olivos
y esquila de sus ganados,
oficios de agricultura.
También remendé zapatos
y otras muchas chucherías.
y así me lo fui pasando.
para críar a mis hijos
me he visto negro.... tiznado.
Pero por fin los crié
con pobreza, pero honrados.
Les enseñé tos mis oficios
y los siguen admirando
y los llamados patronos
los llaman pa sus trabajos.
Esto, porque yo
por viejo estoy retirado
con una mísera paga
por pertenecer al campo,
ni pagas extraordinarias
a mi vejez alcanzando.
Amigos y familiares,
Respetados ciudadanos.
Ni os miento ni os engaño.
Del Ejército del Pueblo
fui un oficial con mando.
Pero jamás me avergüenza
por los trances que he pasado
que hoy seguimos marginados.
Como ya dimos la sangre
por un bienestar más sano.
No quiero insultar a nadie
pero aquí dejo estampado
to lo que pasé y que vi
como civil y soldado
pa que sepan quien los lea,
y si puedes encuadernarlos,
puedan mis nietos saber
que en su familia hubo un mando.
A mi historia militar,
que ya lo tienes mandado,
une las vicisitudes
que posterior he pasado.

Gracias y un abrazo, sincero amigo,
Antonio José Gómez Gómez

En La Nava, para Alcalá de Henares, a seis de septiembre de 1. 986

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